En mi propuesta de una ética del reconocimiento emocional no he dedicado tiempo para desarrollar la idea del uso de la violencia como respuesta. El ser humano va a sufrir por no ser reconocido ni validado en sus necesidades y en sus demandas; ahora bien, si el individuo ha sido ensalzado, divinizado, elevado al rango de “hijo único” y, por tanto, abrazado por la hybris narcisista, puede originar, como ocurre en el Edipo freudiano, un deseo de muerte del otro: matar al hermano que lo desplaza y lo posterga.
En “El gesto de Caín”, Massimo Recalcati (2020), nos dice:
“Es frecuente encontrar en el origen de la violencia humana la experiencia de no haber recibido suficiente reconocimiento. La decepción tras la petición de reconocimiento -el rechazo de tal petición- a menudo está en la base del recurso a la violencia por parte de los hombres. La violencia puede estallar perfectamente porque no haya habido escucha, acogida y reconocimiento. Si la dialéctica del reconocimiento está obstruida, bloqueada, distorsionada, la violencia es uno de los resultados posibles. ¿Es tal el caso de Caín? Su petición de reconocimiento y amor que hay implícita en los dones que ofrece a Dios, ¿a lo mejor ha sufrido la humillación del rechazo? ¿Y no es precisamente ese rechazo lo que irrita, quema, desencadena en él un hondo resentimiento?” (p. 68).
(Imagen: Cain Killing Abel de Pietro Novelli)

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