“LAS FORMAS DEL AGUA” de FRAN CAMACHO

Publicado el 14 de junio de 2025, 21:20

El libro de relatos de Fran Camacho me sugiere el ascenso del río Congo que se nos describe en “El corazón de las tinieblas” de Conrad, o a su versión cinematográfica, “Apocalipsis Now”, de Francis Ford Coppola.

Es un viaje que atraviesa los aspectos más oscuros y ominosos del alma humana. Al igual que hizo Marlow, el protagonista de la obra de Joseph Conrad, o  Williard, en la película de Coppola, “Las formas del agua” es todo un viaje iniciático e inmersivo en el que el lector se va a encontrar con los dilemas complejos y difíciles que habitan y pueblan nuestro mundo interno.

La lectura de los relatos señala un camino serpenteante movido desde el anhelo por la búsqueda del padre ausente o del padre que se escondió tras una presencia intrusiva y opresiva. Denota el deseo de un encuentro soñado donde sentirse reconocido, a sabiendas de que el resultado, de este encuentro final, puede ser azaroso, decepcionante e inesperado porque quien puede aparecer ante nuestros ojos, por el contrario, puede ser el padre atávico, que nos recuerda en muchos aspectos al padre de la horda primitiva que relataba Freud, como ocurre con el personaje de Kurtz en la obra de Conrad y de Coppola. El padre que no es un representante de la ley sino su encarnación más devastadora.

A través de catorce relatos, el lector visitará diferentes estancias, espacios habitados por nuestros infiernos interiores, al estilo del recorrido de Dante por el infierno en “La Divina Comedia”.

Fratricidios, la transgresión bíblica de Caín, crueldades gratuitas, omisiones de ayuda y de perdón, los mundos oscuros de la “Ciudad dormida” como los arrabales de Roma y Nápoles que filmó Pasolini en sus películas.

Dice el autor: “La infancia es un bichero que atraviesa el cuerpo de un niño. El padre es un brazo con una botella que le da a probar. La huele, la bebe y la arroja, vacía, a los pies de la madre. La madre son heridas en los empeines y las lágrimas del niño” (p. 79).

Parricidio y locura, filicidio y deserción de la paternidad, la búsqueda del padre en el hijo y del hijo en el padre, los vínculos irresueltos e imposibles. Telémaco buscando a Ulises en Ítaca, Edipo matando a Layo en una encrucijada de caminos, entre el deseo y el desprecio, entre el anhelo del abrazo y la liberación del golpe homicida.

La paternidad sugerida, susurrante y, a la par, prohibitiva. Deseo y rechazo. Dudas y temores.

Por momentos, el lector es testigo del dolor y la tristeza que nos azotan, ante las pérdidas, las enfermedades y la muerte, como un impávido espectador sufriente contemplando las tragedias cotidianas de la vida.

Es una visita poco habitual a nuestra condición primitiva, a la rabia y el desgarro que nos genera el miedo a la propia destructividad, fruto del amor no correspondido, del desapego o del rechazo que se asoma en la mirada del otro.

También visitamos la tristeza y le acompañamos en la ansiosa búsqueda del padre, en el verbo musical del Víctor Naz, como un Telémaco perdido en el Mediterráneo. Si Robert Johnson es el abuelo que vendió su alma al diablo para recibir a cambio un don eterno, el padre es el fantasma que se escapa entre los dedos, el fantasma que seguimos esperando -“estuvo un rato llorando sin parar y luego dijo que Víctor no había muerto”-. Como un zahorí que aprendió de su padre a buscar agua entre la tierra.

Al convertirnos en padres, nos atrapa el pánico por no poder proteger a los hijos, cuidarlos y hacerlos crecer en libertad, el miedo a la muerte escondida tras una brizna. Nos ausentamos sin conciencia de ello o nos hacemos presentes en demasía, un difícil equilibrio.

Mi más sincera recomendación para los lectores, visiten “Las formas del agua” y permítanse que estos relatos les atraviesen.

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