“Para una adecuada transición al mundo adulto, tanto de hombres como de mujeres, mencioné como condición necesaria para este proceso, la importancia de la aparición y de la experiencia de la herida. Retomo un párrafo sobre este asunto, cuando insistí en que las heridas son el producto de vivencias dolorosas, del cuerpo o del alma, que nos muestran y recuerdan nuestra fragilidad y vulnerabilidad, es decir, “que no somos dioses, que somos carne trémula, con fecha de caducidad, vivencias que nos recuerdan nuestra finitud” (p. 28) (De Pablo, 2023a). Continué mi razonamiento aclarando que, este paso del mundo infantil al mundo adulto, requiere del tránsito por un proceso personal donde han estado, visible y sentidamente presentes, nuestras “heridas (las magulladuras, los traumas y los miedos), donde se ha podido diluir en buena medida la coraza o la máscara que esconde (nuestra) fragilidad y donde se ha podido acceder a la vivencia y expresión de una emocionalidad plural y rica” (p. 66) (De Pablo, 2023a).
Mèlich (2018) avanza en el concepto al recordarnos que todo este asunto de la vulnerabilidad y de la finitud está soportado en nuestra realidad corporal, de ahí el inmenso peligro que corremos cuando jugamos a la negación de nuestra esencia corpórea.
Diría el autor que: “un cuerpo vulnerable es un cuerpo sometido a la carnalidad, (…) Un cuerpo vulnerable no puede vivir sin heridas, sin las cicatrices del pasado, sin las pérdidas y las ausencias, sin los sufrimientos y las muertes que han quedado marcados en la piel y en las entrañas” (p. 106) (Mèlich, 2018)” (En “Ética del reconocimiento emocional en psicoterapia”)(De Pablo, 2025, p. 187)

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