EL DOLOR Y LA HERIDA DEL PSICOTERAPEUTA COMO SUSTENTO

Publicado el 23 de agosto de 2025, 23:42

Acompañar a los/as pacientes en su dolor es un trabajo complejo. Haber experimentado la posición de paciente, de doliente, es un recurso muy estimable. He defendido la terapia personal del terapeuta como fórmula para adentrarse en las propias heridas, en la fragilidad y vulnerabilidad inherente al hecho de ser humano, en la sombra donde se esconde la ira y la rabia, en los espacios donde se guardan las cicatrices derivadas de la falta de reconocimiento.
Dice Anrubia (2013) en “La herida y la súplica. Filosofía sobre el consuelo”:
“El dolor del otro, (…) es también mi dolor. Y es que, más bien, solo puede ser realmente misericordioso con el enfermo aquel que llora o ha llorado. Únicamente quien puede llorar o ha llorado por su dolor es capaz de sanar o de cuidar el dolor de otro, y a la inversa, solo quien es capaz de llorar por el dolor del otro, puede adentrarse en la profundidad y el misterio de su propio dolor” (p. 178).

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