TEXTO DE LA PRESENTACIÓN DE "ÉTICA DEL RECONOCIMIENTO EMOCIONAL EN PSICOTERAPIA" por Juan Miguel de Pablo Urban

Publicado el 3 de junio de 2025, 20:02

Quiero agradecer, en primer lugar, a Conchi Rea y a Inés Vicente que accedieron a acompañarme para presentar este libro. Son 30 años trabajando juntos desde el equipo terapéutico de Cooperación, junto con Fernanda Tovar, y, posteriormente, con Hans Sotelo, Noemí Sabajanes, Lola Santamaría y Paula Fuica.

Y como pienso que cada obra es un producto colectivo, es el resultado polifónico de conversaciones, palabras y gestos. Este libro, por supuesto, también es fruto de la confluencia de muchas personas y experiencias. Por ello, aprovecho para expresar mi más sincero agradecimiento a:

Marcelo Pakman, maestro y amigo, por leer cuidadosamente este texto, hacerme múltiples observaciones, pertinentes y valiosas; y por elaborar el prólogo que lo presenta. Esta puerta construida con su mirada y sus palabras, sirve de entrada al libro, dignifica mi trabajo y premia los esfuerzos realizados para elaborar y presentar mis ideas, las que trenzadas y cosidas con las de otros tantos autores, quiero obsequiar amorosamente para quien decida leerme.

A Pilar Cabrera, artista y amiga, que ha autorizado el uso de la imagen de su obra: “¿No me oyes?”, bellísimo grabado donde muestra, hermosa y dolorosamente, la necesidad de reconocimiento emocional y de visibilidad que está presente en todo ser humano, para así ilustrar con sentido la portada de este libro.

A Hans Sotelo, colega y amigo, por ayudarme siempre, mejorando mis palabras y mis ideas; por su absoluta disponibilidad, por su celeridad y atenta respuesta siempre que le necesito.

A Antonio Redondo, mi querido socio y pareja profesional, por mantenerse constante a mi lado, tras tantos años de trabajo y proyectos en común.

A mis colegas y amigos, a mis alumnas y alumnos, y a mis pacientes, por ampararme en este mundo incierto, enseñarme cada día qué es la psicoterapia, mostrándome sus vidas, sus inquietudes, sus incertidumbres y sus emociones.

A mi familia, en especial a mi esposa, Victoria, por ser refugio y ancla, serena necesidad de tierra cuando el aire me empuja en exceso.

A mis hijos Elena, Marcos y Alma, los más bellos libros que he coescrito.

Y a mi nieto Héctor, a quien va dedicado este libro, por rescatar y renovar mi sonrisa, y por regalarme renovada ilusión por la vida en este periodo de declive, de renuncias y desprendimientos.

 

Cuando hace 6 años comencé a interesarme por la construcción identitaria de la masculinidad y de la paternidad, que desembocó en la publicación en 2021, de “El Ciclo de Andros: masculinidad, paternidad y psicoterapia”  y, con posterioridad, cuando profundicé, en este mismo sentido, en la construcción de lo femenino y lo materno, que cristalizó en la publicación, en 2023, de “Rastros y huellas en las fronteras de la psicoterapia sistémica”, no sabía que mantendría la misma orientación e interés durante dos años más.

Lo aprendido en todo este proceso, me ha llevado a dar un paso más. He querido sumergirme en analizar cómo lo social y lo cultural se nos impone y nos empuja en formas predeterminadas de construcción de nuestra identidad. Para ello he acudido:

  • A la filosofía social, concretamente, a la teoría social crítica, para analizar cómo diferentes pensadores e investigadores han explicado las influencias e injerencias de los modelos sociales y culturales en la construcción de la identidad individual y cómo esto nos afecta.
    • En cómo esa construcción desde lo social potencia determinadas características individuales y, a la par, invisibiliza, reprime y oculta, otras características (necesidades, deseos y formas de expresión).
    • Cómo esta presión de los mandatos sociales y culturales, si nos adaptamos en exceso, nos llevan a desarrollar patologías de la normalidad y de lo normativo, en el caso de que esta adhesión a los mandatos sociales sea acrítica y ciega.
    • Que lo que llamamos síntomas de la “enfermedad mental”, no son más que la respuestas saludables y adecuadas para intentar resolver conflictos y dilemas relacionales.
    • Y que, por el contrario, la adhesión ciega a los mandatos sociales, la sobreadaptación, puede ser mucho más peligrosa y patológica para el crecimiento social y emocional de los individuos.
    • Por último, en cómo esta visión aporta un sentido más integral a la psicoterapia como ejercicio y como disciplina, en dos aspectos concretos:
      • En la necesidad de considerar la tarea psicoterapéutica como un proceso de emancipación y no como un proceso de adaptación.
      • En la necesidad de una posición ética en el terapeuta que se permita analizar y cuestionar la gramática moral, es decir, el conjunto de normas, hábitos y reglas que cada modelo social propone e impone.

Para ello, es preciso recordar que todos los seres humanos, desde nuestro nacimiento, hemos experimentado el desamparo ante la intemperie del mundo. Como especie, hemos mantenido durante mucho tiempo una vivencia de fragilidad y vulnerabilidad porque a diferencia de otras especies animales, nuestra dependencia es absoluta durante un extenso periodo de tiempo. Podemos recordar, cuando en alguna ocasión nos perdimos de niños y, desolados, descubríamos que nuestros padres no estaban, cómo nos angustiaba su desaparición, porque intuíamos una sólida sensación de muerte inminente.

La especie humana, desde su racionalidad, intenta infructuosamente alejar esta experiencia de desamparo. Para ello construimos “casas seguras”, es decir, espacios donde la intemperie no irrumpa, donde el frío no se sienta, donde la soledad no nos aflija. Acudimos a Dios, a la ciencia o a la tecnología, para cobijarnos y librarnos de la incertidumbre porque estas certezas que los seres humanos construimos nos permitirán eludir, momentáneamente, la angustia de lo incierto, de la ausencia de certezas que nos habita.

Es decir, creamos cápsulas protectoras y aseguradoras en forma de ideologías, de códigos morales, pero basta una pandemia, un apagón, un conflicto, para que nuestra seguridad se quiebre. Corremos a los supermercados a comprar bidones de agua, papel higiénico, pilas, o botiquines… angustiados por la irrupción natural de la vida y de nuestro ser contingente y finito

Cuando hablamos de ideologías y códigos morales, nos referimos a la existencia de una gramática moral, de una serie de normas, leyes y reglas de decencia que nos imponen la aceptación de determinadas formas de funcionamiento: Por ejemplo, nos adscribimos a determinadas anomalías sociales, por ejemplo, a la masculinidad tóxica o a la supresión femenina que nos propone la ideología heteropatriarcal; a la acumulación y la explotación de los otros que nos proponen las ideologías neoliberales de mercado; a la represión moral y al integrismo que nos proponen las ideologías religiosas; a la exclusión de lo diferente que nos proponen las ideologías raciales.

En síntesis, para huir de la experiencia de incertidumbre, de fragilidad y vulnerabilidad, acudimos y nos aferramos a certezas arcaicas (por ejemplo: patria, estado, raza, bandera y fronteras, como se propone desde los movimientos de la extrema derecha), a las fantasías utópicas de la secesión (por ejemplo; los independentismos) donde construiremos una Arcadia feliz, etc.

Desde el miedo, desde la ansiedad, buscamos continuamente un mundo seguro, una certeza que no existe. Porque de todo esto podemos deducir que la experiencia de fragilidad y de vulnerabilidad es nuestra única sensata constancia del hecho de ser humanos, que lo único que nos serena en esta situación es la presencia del otro, la mirada del otro, la escucha del otro. Ser humano es ser en relación, ser en los ojos y en las palabras de quien nos acompaña en el camino.

La psicoterapia

Entonces, ¿qué es la psicoterapia? Cuándo acudimos a terapia, habitualmente nos sentimos perdidos, angustiados, tristes y asustados, buscamos una mano donde agarrarnos, un hombro donde apoyarnos, una mirada que nos devuelva sentido… 

La psicoterapia es un espacio para la experiencia compartida donde poder alojar nuestra soledad y nuestros miedos. Un espacio donde poder ser mirados, reconocidos y validados en nuestras emociones. Un espacio donde situar nuestras ansiedades y nuestras tristezas por un momento, breve pero suficiente.

Desde una mirada calma, el corazón se sosiega y nos permite mirar dónde estamos, cómo funcionamos, qué hacemos y cómo respondemos ante los demás. Revisitar nuestras experiencias tempranas, cómo temblamos y nos asustamos ante las inesperadas circunstancias que la vida nos ha presentado y presenta.

Si, por fortuna, podemos sosegarnos, aparece la reflexión, la mirada cuestionadora y crítica sobre nuestros actos y nuestra posición en relación al mundo y a los otros. Aparece cómo participamos erróneamente en los conflictos eternos de nuestros padres, como hijos “preservativos”; en las triangulaciones y coaliciones erróneas (marido de mamá, esposa de papá, madre o padre de nuestros padres…), y, desde esta mirada, podemos contemplar también cómo nos hemos adherido y asumido, sin conciencia alguna de ello, ciertas formas de pensar, de actuar y de expresar lo que sentimos que no responden a nuestras deseos y necesidades emocionales de crecimiento.

Las normas de decencia que hemos heredado están presentes. Respondemos a lo que se espera de nosotros, a lo que se nos ha propuesto, a costa de muchas de nuestras necesidades, aspiraciones y deseos.

Podemos recurrir a la obra de Franca Rame y Darío Fo, “Ocho monólogos”, y pedimos ayuda a Conchi Rea para que nos ejemplifique este proceso desde uno de sus monólogos, como una forma de explicar y de subrayar lo que estamos proponiendo.

 

1º párrafo. Reflexión

 ….Cuando estaba hasta los co…. Ya me entiende padre, ¡lo dejo todo le gritaba yo! Y entonces a él le daba la crisis, aja aja aja... tieso como un bacalao, ni respiraba, que sustos me daba. No te preocupes cariño, no me iré a ninguna parte, me quedaré aquí contigo para siempre, no me iré a ninguna parte. Según yo le iba tranquilizando a él se le pasaba la crisis, y yo otra vez en la trampa. Y luego para terminar de arreglarlo me quedé embarazada. No padre, no lo vi como una desgracia, si le quise yo a este hijo, estaba tan contenta de estar embarazada, 9 meses vomitando, siempre en la cama con miedo a perderlo. Y entre vómito y vómito me decía, este hijo cambiara mi vida que es una mujer si no es madre.  Hay que ver, lo gilipollas que era padre.

Lo sé, lo sé, como esposa y como madre no soy lo que se dice un dechado de virtudes, pero si me he vuelto una desastrada es porque antes era un auténtico modelo de virtudes, que yo para estar con mi hijo y poder educarlo hasta llegue a dejar el trabajo y eso que la colocación me gustaba.

 

Pero claro, la reflexión nos lleva al cuestionamiento de muchas de las normas, de las reglas y de las imposiciones, al cuestionamiento de muchos de los mandatos sociales. Por ejemplo: “Los hombres no lloran, no sienten”. “Las mujeres no se cabrean”.

Cuando analizamos nuestro funcionamiento social y relacional, descubrimos, con sorpresa, hábitos que no compartimos, conductas que no nos representan y emociones que no pueden ser expresadas. Cuando esto ocurre, nace la desobediencia. Nace la rebelión ante estos mandatos que nos someten y obligan a funcionar ajenos a nuestra propia voz.

 

2º párrafo. Desobediencia

…Y así fue como me que quedé a vivir con ellos, y escuchaba lo que hablaban, que al principio no decía nada, pero luego ya sí, decían… lo personal es político, hay que gestionar la propia sexualidad, vivir la vida disfrutar, rechazar la ideología del trabajo!!! Y sabe lo que le digo padre, hay una cosa que tengo muy clara, el amor es desorden, la vida, la libertad, la fantasía son desorden, hacer el amor por amor es maravilloso, pruébelo padre

 

La desobediencia forma parte de todo proceso de crecimiento y de desarrollo. Solo desde la desobediencia pueden aparecer los cambios necesarios. Adán y Eva debían desobedecer para acceder al conocimiento del bien y del mal. Prometeo debía desobedecer para dar el fuego a los hombres. Decir “no” es la llave mágica que abre la puerta de la libertad.

Efectivamente, esta libertad nos da miedo, porque toda desobediencia conlleva la exclusión, el castigo y el exilio. No deseamos ser “no queridos”, sentirnos rechazados en nuestra matriz relacional cercana, ser expulsados de nuestro mundo conocido.

Claro está que no basta con desobedecer, porque la mera desobediencia no resuelve nada. El siguiente paso, inevitable y deseable, es la transgresión, entendiéndola como la asunción de una forma de estar en el mundo que mantiene la mirada propia, y que se traduce en el desarrollo de conductas, de actos y de tomas de posición ante la vida, ante los otros y ante el mundo, realizada desde un pensamiento crítico y reflexivo.

 

3º párrafo. Transgresión

No hijo no, no vuelvo a casa, no tengo fuerzas, aún no estoy preparada. Pero ¿cómo, no te da vergüenza, si vas hecha un adefesio? Si hijo si, pero quiero pasar el resto de mi tiempo con mi gente, quiero regalar todo lo que llevo dentro porque yo estoy llena de cosas bonitas sabes,  quiero aprender, tomar las experiencias que la gente quiera darme, quiero reír, quiero cantar, quiero bailar, quiero mirar al cielo, ¿tú sabes hijo mío, que el cielo es azul? Pues yo ni lo sabía. No hijo no, no vuelvo a casa, ni aunque me mandéis a la policía.

 

La propuesta de una psicoterapia de la emancipación, y con esto termino, presupone apostar por mantener una reflexión crítica ante los mandatos de lo social y de lo familiar (que es el elemento mediador). Comprende alentar la desobediencia y la rebelión ante las imposiciones que van contra nuestras necesidades y deseos. Y requiere acompañar el exilio derivado de las transgresiones realizadas.

Sobre todo esto y otras cosas más, habla este libro. Queda en vuestras manos usarlo como necesitéis.

 

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